No respires, aún no ha amanecido. No abras los ojos, el rocío sobre la hierba tan solo comienza a acariciar el olfato. No hables, mis labios son los que rasgan el silencio de la quietud. Quédate conmigo, es mi corazón el que late más fuerte por tenerte cerca.
Estallido. Luz. Estruendo. Ráfaga. Preguntas. Furia. Reclamo. Temblor. Frío. Calor. Fuego. Agua.Sed. Aire. Vacío. Plenitud. Nada. Oscuridad, ignota, negra, temerosa. Oscuridad y nada más. Oscuridad, oscuridad, oscuridad,...
Las ruinas de este templo, yerguen marchitas cual flores olvidadas, cual muertos arrojados. Las ruinas, cuyas piedras son equilibristas, funambulistas, coladoras, en busca de un apoyo imposible, gritan por mantenerse majestuosas. Las ruinas, cuyos restos irrumpen en medio de este bosque, selva, indomable recóndito lugar, se mecen entre las hojas al ritmo de una canción que ya no se escucha. Mientras, las mariposas deambulan, los ciervos olisquean, las serpientes reptan los pilares, las arañas tejen para envolverlo todo.
Te dije que no respiraras y tú suspiraste. Te dije que no abrieras los ojos y tú miraste a escondidas. Te dije que no hablaras y tú pronunciaste otro nombre olvidando el mío... Ahora tú, ahogado en la bebida, tus lágrimas, tu fracaso, estás solo. Tú, tendrás alcohol en las venas, pero mi sangre no te calentará más noches sombrías. Te dije que soy etérea, que soy frágil, inocente como aquellas gotas de rocío, fresca, danzante, aquella sensación de que todo va a empezar en la quietud matutina. No me obedeciste, no me escuchaste, no conseguirás el preciado don de crear. Yo, ángel de cristal, echo a volar en mi calidad de ánima y ni tan siquiera te enviaré un beso cuando me veas marchar.