Compasión.
La peor palabra que ella pudría escuchar en ese momento. Sus amigas la miraban
con compasión. Había estado luchando por aprobar ese examen y todo había sido
en vano. Sus mejillas se tornaron escarlatas y se escondió tras el jersey de
cuello alto, esperando que pasara el mal rato.
Caminaba por
la calle pisando firmemente cada baldosa del suelo. Masas de gente pasaban a su
lado. Todas ajenas a sus preocupaciones. A la gente no le importaban sus
problemas. Y pensándolo mejor, a ella tampoco le importan los problemas de los
demás. Ese mismo mendigo, el de siempre, el que se sentaba a la puerta del
supermercado, pasaba prácticamente desapercibido. Y por un momento se sintió
mal. ¿Cómo podía ver a alguien en una situación tan penosa y no sentir, ni una
pizca, de empatía? Continuó andando, pero esta vez a paso más lento. Cavilaba
sobre su persona. ¿Era buena persona? No, ella no lo creía. Veía imágenes y solo
se le antojaban como lo cotidiano. Ni empatía, ni pena, ni compasión. No, una
buena persona debía tener esos sentimientos, aunque fuese cotidiano. Se
mortificó durante días (tal vez semanas). De pronto, se había dado de bruces
con su propio yo. Era ella, se reconocía, solo que no se había visto desde
fuera.
En los
estudios..., no, no era diestra en los estudios. Las mejillas se volvían
carmesí una y otra vez. Por mas que lo intentaba no conseguía llegar a un
simple aprobado. Se preguntaba qué camino iba a seguir. Porqué no modelo o
actriz, como una de sus amigas. Podría serlo si fuera tan guapa. Pero no lo
era. A toda su condena personal había que añadir que no se sentía a gusto con
su imagen. Una cabellera demasiado lacia, unos labios muy finos,... Se miraba
al espejo y claro que se reconocía. Era ella, la de siempre. Un rostro tan
peculiar como espantoso, pensaba.
Una noche,
yacía en la cama, cuando no pudo reprimir las lágrimas que no tardaron en
desembocar en el llanto. Se incorporó y se enjugó las gotas de agua. Pidió ser
mejor estudiante. Pidió ser buena persona. Pidió ser más bella.
El sol de la
mañana le despertó. En el momento en que miró el espejo, no se reconoció. Una
melena bonita y brillante, unas pestañas más largas, unos labios en su punto
medio. Ella nunca había sido así. Mas en el transcurso del día nadie pareció
darse cuenta de su cambio. Incluso alguno le miró sorprendido, pero no
precisamente por ser distinta a como había sido. Ese mismo día pasó al lado del
supermercado donde mendigaba el hombre. Sintió pena. Pobre hombre, pensó. Fue
cuando siguió su camino, cuando se percató de que acababa de sentir compasión,
sin tener que pensar en ello directamente. O lo que es lo mismo, sin verse
forzada.
Transcurrió
algún tiempo y sus calificaciones mejoraron. Era más bondadosa y agradable y
nunca dirigía una mala palabra a nadie. Y su belleza no menguó. La gente la
admiraba. Todos la subieron a un pedestal. Decían que no había mejor persona
que pisara un mismo suelo. Todo habría tenido que ser un camino de rosas para
ella. Sin embargo no fue así. La gente le paraba por la calle para admirar su
belleza. Muchas personas aclamaban su inteligencia y otras tantas tenían en
mucho su amable persona. Y esto se acrecentó día a día. Se convirtió en una figura
muy popular. Llegó hasta tal punto que ni tan siquiera sus propios padres la
dejaban respirar tranquila. Empezó a no encontrarse bien. Comía y dormía menos.
Para los demás seguía siendo igual de perfecta. Un día especialmente agobiante,
corrió hacia su habitación para encerrarse. Se dejó caer sobre la cama y volvió
a analizarse desde fuera, esta vez
minuciosamente. ¿En qué se había convertido? Era la perfecta hija, la perfecta
amiga,... perfecta. Precisamente eso. Perfecta. No hallaba su punto débil. En
todas las áreas se manejaba, mejor o peor. No sabía cuales eran sus defectos,
parecía que no los tenía. Esa perfección la había convertido en una chica
totalmente distinta. Se había esfumado su personalidad. No tenía errores, no
estaba de mal humor por las mañanas, no contestaba a sus padres,... Intentó
recordar como era antes, mas a veces lo dudaba. No sabía muy bien como
respondía cuando la criticaban o cuando alguien no le caía bien. Se le nublaba
la mente. Ya no recordaba como fue antes, a penas si existió un antes. Le
inundó la tristeza, echando de menos su forma de ser. Entre sollozos, lamentos
y melancolía. Acogiéndose a su última voluntad, quiso morir.
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