domingo, 3 de marzo de 2013

"La cueva de arena"


En aquellas mañanas me despertaba con el mismo ruido. Era como un eco que iba acercándose. La obra iba muy lenta. Al principio no era más que un terreno accidentado, en cuanto a colinas y llanuras se refiere, pero poco apoco avanzaba. Yo esperaba que acabaran pronto desde que empezaron. Soy de sueño muy sensible y en aquella época acostumbraba a levantarme muy tarde. No necesitaba levantarme cuando despuntaba el alba ya que ya no estudiaba y estaba en paro. Me dedicaba a observar desde mi ventana a la ciudad. Vivía en un trance de melancolía que me mantenía días sin salir de casa.
Aquella mañana fue diferente. Habían llegado las excavadoras con su estruendo continuo. Así estuvieron hasta media tarde, cuando se armó un gran revuelo. Los trabajadores gritaron escandalizados y los capataces corrían a ver lo sucedido.
 Una excavadora se había quedado encajada en algo. Parecía haber tocado una roca o algo similar. Muchos hombres fueron los que se colocaron alrededor. La verdad es que siempre me parecieron una colonia de hormigas trabajando a destajo. El resultado de arrancar el brazo de la máquina a la tierra fue la caída de unos diez trabajadores en un hueco abierto en el terreno. Poco después aparecieron la policía, un par de ambulancias y los bomberos que rescataron a los del mono azul. Por suerte ninguno murió ni resultó herido demasiado grave, mas cercaron el agujero. Había algo extraño, no sabía decir el qué, pero supe que aquella concavidad no albergaba simplemente rocas tierra y polvo. No tardé en saber que bajaría allí para averiguar la incógnita. Fue ya, prácticamente de noche, cuando bajé a mi trastero a por mi buena linterna de alpinista. Introduje la llave en la cerradura con facilidad, pero no fue tan fácil abrir la puerta. Cuando lo conseguí, descubrí que un palo se había caído trabando la puerta, que cerré tras de mí. Cerca de la pared, un considerable hueco había hecho una brecha en ella. Busqué la linterna y sin más preámbulos me sumergí en aquel hueco. Tardé un poco en acostumbrarme a la escasa luminosidad. Caminé por un pasadizo que en varias ocasiones se me antojó pavorosa entrada al infierno. Daba a una gran cueva. Allí también había un túnel que ascendía. Subí por el estrecho pasadizo, con notable dificultad. Me quedé perpleja al ver el vasto terreno de la obra. Me deslicé otra vez hacia el interior. Fue una aparatosa caída: el túnel descendía muy inclinado, como en las minas. Recorrí la cueva entre estalagmitas y estalactitas y el murmullo del agua. Por primera vez, me fijé bien. Divisé un manantial. Era enorme. Y alrededor había multitud de arena fina e inmaculada. Era sorprendente, me dejó con la boca abierta. ¿Cómo era posible que algo tan bello apareciera en ese lugar? Desde entonces me sentí viva de verdad y no la flor marchita que lo había hecho hasta entonces. Podía sentir las frías rocas, oír el goteo del agua y sus murmullos, acariciar la fresca arcilla, ¡tocar suavemente mil granos de arena! Podía sentir como la cueva me llamaba en la semioscuridad. Mi alma flotaba conmigo en el ambiente. Esa noche volví a casa levitando sobre el suelo; dormí profundamente y no desperté hasta el atardecer.
Me levanté de un brinco de la cama y preparé mi nueva excursión. No se como llamaron a la cueva tan especial. A mí me gustaba llamarla Cueva de Arena. Entre en sus profundidades por el acceso de mi trastero. Me sumergí en la penumbra. Al llegar a la cámara central descubrí un pasadizo secundario y me introducí en él. Sabía que alguien había estado allí. Anduve varias horas, mas al no hallar final, decidí volver al día siguiente con más tiempo. Así lo hice. Recorrí el pasadizo secundario. Llegado un momento se notaba como había sido escarbado por la mano humana y el suelo estaba adoquinado. Se comunicaba con salas combinadas entre si. Y no podría describir el horror que hallé en ellas. Solo cabe decir que había más de mil cadáveres medio momificados. Madres, jóvenes , ancianos, ...familias enteras y los utensilios y armas que los acompañaban. Era todo ello un ello un cementerio bestial. Me paré un istante ante un cuerpo. Parecía sonreírme macabramente; tenía una madera astillada en la punta atravesándole el pecho. Estuve a punto de vomitar. Recorrí aquellos recuerdos que parecían molestarse con mi presencia. Algunos estaban mutilados horriblemente. Otros estaban como un bebé que encontré en una postura antinatural con la boca muy abierta. Algunos simplemente reflejaban sufrimiento. Conocí que eran de tiempos de guerra, del bando republicano. Y todos ellos habían sucumbido sabe Dios como. Era horrible. Los lamentos ahogaban las paredes. Gotas de cristal mojaban mi rostro. Corrí, huí hacia la salida. No había llegado al principio de la cueva cuando mi reloj me aviso que eran las nueve y media de la mañana. Intenté salir, no pude. Las cajas de mi trastero habían sellado la salida. Corrí hacia la alternativa. ¡No! Roca y polvo recorrían el agujero, estaban tapándolo. Me había quedado atrapada. Grité y berreé a pleno pulmón, mas mis suplicas implorantes se perdieron en el vacío.
Sobreviví algún tiempo. A menudo me abrazaba a las piedras y escuchaba la cueva. Bebía del manantial el agua pura. Mas poco a poco me convertí más en estalagmita que en mujer, hasta que vi la oscuridad total.



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