En aquellas
mañanas me despertaba con el mismo ruido. Era como un eco que iba acercándose.
La obra iba muy lenta. Al principio no era más que un terreno accidentado, en
cuanto a colinas y llanuras se refiere, pero poco apoco avanzaba. Yo esperaba
que acabaran pronto desde que empezaron. Soy de sueño muy sensible y en aquella
época acostumbraba a levantarme muy tarde. No necesitaba levantarme cuando
despuntaba el alba ya que ya no estudiaba y estaba en paro. Me dedicaba a
observar desde mi ventana a la ciudad. Vivía en un trance de melancolía que me
mantenía días sin salir de casa.
Aquella
mañana fue diferente. Habían llegado las excavadoras con su estruendo continuo.
Así estuvieron hasta media tarde, cuando se armó un gran revuelo. Los
trabajadores gritaron escandalizados y los capataces corrían a ver lo sucedido.
Una excavadora se había quedado encajada en
algo. Parecía haber tocado una roca o algo similar. Muchos hombres fueron los
que se colocaron alrededor. La verdad es que siempre me parecieron una colonia
de hormigas trabajando a destajo. El resultado de arrancar el brazo de la
máquina a la tierra fue la caída de unos diez trabajadores en un hueco abierto
en el terreno. Poco después aparecieron la policía, un par de ambulancias y los
bomberos que rescataron a los del mono azul. Por suerte ninguno murió ni
resultó herido demasiado grave, mas cercaron el agujero. Había algo extraño, no
sabía decir el qué, pero supe que aquella concavidad no albergaba simplemente
rocas tierra y polvo. No tardé en saber que bajaría allí para averiguar la
incógnita. Fue ya, prácticamente de noche, cuando bajé a mi trastero a por mi
buena linterna de alpinista. Introduje la llave en la cerradura con facilidad,
pero no fue tan fácil abrir la puerta. Cuando lo conseguí, descubrí que un palo
se había caído trabando la puerta, que cerré tras de mí. Cerca de la pared, un
considerable hueco había hecho una brecha en ella. Busqué la linterna y sin más
preámbulos me sumergí en aquel hueco. Tardé un poco en acostumbrarme a la
escasa luminosidad. Caminé por un pasadizo que en varias ocasiones se me antojó
pavorosa entrada al infierno. Daba a una gran cueva. Allí también había un
túnel que ascendía. Subí por el estrecho pasadizo, con notable dificultad. Me
quedé perpleja al ver el vasto terreno de la obra. Me deslicé otra vez hacia el
interior. Fue una aparatosa caída: el túnel descendía muy inclinado, como en
las minas. Recorrí la cueva entre estalagmitas y estalactitas y el murmullo del
agua. Por primera vez, me fijé bien. Divisé un manantial. Era enorme. Y
alrededor había multitud de arena fina e inmaculada. Era sorprendente, me dejó
con la boca abierta. ¿Cómo era posible que algo tan bello apareciera en ese
lugar? Desde entonces me sentí viva de verdad y no la flor marchita que lo había
hecho hasta entonces. Podía sentir las frías rocas, oír el goteo del agua y sus
murmullos, acariciar la fresca arcilla, ¡tocar suavemente mil granos de arena!
Podía sentir como la cueva me llamaba en la semioscuridad. Mi alma flotaba
conmigo en el ambiente. Esa noche volví a casa levitando sobre el suelo; dormí
profundamente y no desperté hasta el atardecer.
Me levanté
de un brinco de la cama y preparé mi nueva excursión. No se como llamaron a la
cueva tan especial. A mí me gustaba llamarla Cueva de Arena. Entre en sus
profundidades por el acceso de mi trastero. Me sumergí en la penumbra. Al
llegar a la cámara central descubrí un pasadizo secundario y me introducí en
él. Sabía que alguien había estado allí. Anduve varias horas, mas al no hallar
final, decidí volver al día siguiente con más tiempo. Así lo hice. Recorrí el
pasadizo secundario. Llegado un momento se notaba como había sido escarbado por
la mano humana y el suelo estaba adoquinado. Se comunicaba con salas combinadas
entre si. Y no podría describir el horror que hallé en ellas. Solo cabe decir
que había más de mil cadáveres medio momificados. Madres, jóvenes , ancianos,
...familias enteras y los utensilios y armas que los acompañaban. Era todo ello
un ello un cementerio bestial. Me paré un istante ante un cuerpo. Parecía
sonreírme macabramente; tenía una madera astillada en la punta atravesándole el
pecho. Estuve a punto de vomitar. Recorrí aquellos recuerdos que parecían
molestarse con mi presencia. Algunos estaban mutilados horriblemente. Otros
estaban como un bebé que encontré en una postura antinatural con la boca muy
abierta. Algunos simplemente reflejaban sufrimiento. Conocí que eran de tiempos
de guerra, del bando republicano. Y todos ellos habían sucumbido sabe Dios
como. Era horrible. Los lamentos ahogaban las paredes. Gotas de cristal mojaban
mi rostro. Corrí, huí hacia la salida. No había llegado al principio de la
cueva cuando mi reloj me aviso que eran las nueve y media de la mañana. Intenté
salir, no pude. Las cajas de mi trastero habían sellado la salida. Corrí hacia
la alternativa. ¡No! Roca y polvo recorrían el agujero, estaban tapándolo. Me
había quedado atrapada. Grité y berreé a pleno pulmón, mas mis suplicas
implorantes se perdieron en el vacío.
Sobreviví
algún tiempo. A menudo me abrazaba a las piedras y escuchaba la cueva. Bebía
del manantial el agua pura. Mas poco a poco me convertí más en estalagmita que
en mujer, hasta que vi la oscuridad total.
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